Las lecciones del protagonista de 'Qué bello es vivir' para afrontar crisis de liquidez
EDWARD ROTHSTEIN 09/11/2008
Estaría bien pensar que si George Bailey hubiera estado por aquí en septiembre, el Gobierno de EE UU podría haberse ahorrado medio billón de euros, Islandia podría haberse evitado el llegar prácticamente a la quiebra y el resto del mundo no habría tenido que gastar otros dos billones de euros en rescates financieros ni que afrontar la perspectiva de una recesión larga y profunda. Seguro que se acuerdan de George: encarnado por James Stewart, evitaba en la película Qué bello es vivir una retirada masiva de fondos de la Bailey Brothers Building & Loan Association que habría destruido la institución. Su apurada situación, con esa espeluznante prefiguración del presente, incita a examinar más detenidamente el punto en que la cultura y las finanzas se cruzan.
Los Bailey podían ser casi una encarnación primitiva de Fannie Mae y de Freddie Mac
En la película, la cooperativa de crédito para la construcción se enfrenta a lo que ahora se denomina una "crisis de liquidez": la asociación no podía cubrir sus obligaciones con el efectivo disponible, y mucho menos garantizar un préstamo. La gente del pueblo se apresura a retirar los ahorros de su vida. "Tenéis una idea muy equivocada de este sitio", dice George a la multitud. "Como si yo tuviera el dinero en una caja fuerte. El dinero no está aquí".
Hasta ahí estaba claro. Pero George continúa, señalando a los individuos. "Tu dinero está en la casa de Joe", le dice a un hombre. "Justo al lado del tuyo", le dice a otro. "Y en la casa de Kennedy, y en la de la señora Backlin, y en varios centenares más. Porque les estáis prestando el dinero para construir, y después ellos os lo devolverán como mejor puedan". Creéis que estáis depositando aquí el dinero, les insinúa, pero en realidad todos nos estamos ayudando mutuamente. Y si algunos propietarios no pueden pagar a tiempo, "¿qué vais a hacer?", pregunta George, "¿Desahuciarlos?".
"Tenemos que mantenernos unidos", prosigue George, o el banquero verdaderamente malo, Henry Potter, se hará con el control de todo. "Debemos tener fe los unos en los otros".
Y al menos durante un tiempo, el discurso funciona. La perspectiva que George tiene de la sociedad de ahorro y crédito inmobiliario como una especie de institución de ayuda social la aprendió a los pies de su padre, que creó esa sociedad, y que le decía: "En lo más profundo de su ser, los humanos desean un techo, paredes y chimenea propia. Y nosotros les ayudamos a conseguirlos".
Los Bailey podían ser casi una encarnación primitiva de Fannie Mae y de Freddie Mac, las empresas fundadas por el Estado para ayudar a hacer posible el mismo sueño entre los estadounidenses. Desde mediados de la década de 1990, los políticos y la ciudadanía las han estado presionando en nombre de este mismo ideal para que concediesen préstamos a prestatarios que implicaban un riesgo cada vez mayor.
Pero lo que realmente ayudó a ese proyecto a salir adelante fue el descubrimiento en Wall Street de que esos préstamos tan arriesgados podían juntarse con otros en una especie de multipaquete de hipermercado y revenderse como activos de calificación elevada. Es como si George hubiera encontrado un modo de hacer negocios con Potter, y respondiera a su desdeñoso reto de "¿diriges un negocio o una casa de caridad?" con un "¡ambos!".
Al final, cómo no, tanto el sueño caritativo de George, en el que los bancos se abrazan a sus comunidades y evitan desahucios, como el sueño de Potter de encontrar estratagemas para obtener beneficios sin que le estorbaran otras consideraciones, se hundían hace unas semanas bajo el peso irrealista de sus fantasías. Pero en medio de esta crisis ha salido a la luz algo distinto, que de ordinario asociamos más con la vida cultural que con la empresa financiera.
Tras los desahucios y las quiebras bancarias, toda la circulación, el comercio, la interacción -el coito en la vida económica- prácticamente se habían frenado en seco. Aunque un banco tuviese dinero, no estaba por la labor de arriesgarse a prestarlo, ni siquiera a empresas respetables y para un uso a corto plazo.