lunes, 18 de mayo de 2009

Trichet se sube al helicóptero

El BCE se suma a la Reserva Federal e intenta reanimar la economía con una nueva receta: inundar de dinero el mercado
CLAUDI PÉREZ 10/05/2009


La economía suele transmitir la sensación de que los problemas son muy complejos; de que no hay respuestas fáciles. Ésa es sólo una verdad a medias. En los últimos sesenta años, cuando la actividad económica se quedaba atascada, se bajaba el precio del dinero y listo. Un crédito más barato allana el camino de la recuperación, estimula las ganas de consumir e incentiva la inversión empresarial; cuando eso sucede, las Bolsas descorchan el champán. El papel de los banqueros centrales consistía en llevarse el ponche antes de que la fiesta se acabara: cuando aparecían signos de recalentamiento, se encarecía el dinero y así se conseguía enfriar la economía. Sencillo. Al menos en teoría.


El precio del dinero ya no es la varita mágica que reactiva la economía
Los bancos siguen sin dar créditos a pesar de las ayudas públicas
No se trata de imprimir dinero físicmamente; sólo electrónicamente
El objetivo del BCE es mejorar la financiación de los bancos
En el fondo, todo empieza y todo acaba en la banca
La efectividad del último cartucho presenta numerosas dudas
Sólo hay un problema: el ruido y la furia de la crisis actual han acabado con ese mantra -el precio del dinero como varita mágica; los banqueros centrales como sumos sacerdotes tocados con un halo de infalibilidad-, que difícilmente va a volver a funcionar igual.
Los tipos están próximos al 0% y la economía, lejos de recuperarse, se asoma a la deflación, una caída continuada de precios con un potencial devastador. Aún puede escucharse el zumbido del aire que sale de las burbujas que provocaron la crisis. Los bancos siguen sin dar créditos a pesar de los anabolizantes en forma de ayudas públicas y multimillonarias inyecciones de liquidez. Y sin crédito la economía se colapsa. Los consumidores compran menos. Las empresas reducen la producción y despiden empleados. En última instancia, ese círculo vicioso puede complicarse sobremanera si finalmente llega la deflación, un fenómeno económico que remite a la década pérdida de Japón en los años noventa y, en última instancia, a la temida Gran Depresión.
¿Cómo romper esa espiral? Una vez más se trata de un berenjenal complicadísimo, al menos en apariencia. Sin embargo, la penúltima receta ensayada aúna una deliciosa sencillez y una enorme potencia visual: puede bastar con darle a la máquina de imprimir dinero, subirse a un helicóptero y tirar billetes desde allí arriba. Poco más o menos.
El helicóptero es el último invento de una política económica que lo ha intentado casi todo y se iba quedando sin munición. La rebaja fulminante de los tipos desde el inicio de la crisis no es suficiente. La respuesta clásica -tan keynesiana- del gasto público para compensar la anemia de la demanda privada tampoco acaba de dar resultados. Bombardear liquidez a los bancos es otra respuesta de libro para una economía atorada: ha servido como anestesia, pero no para curar la trombosis financiera. Cuando no funcionan los medicamentos para curar a un paciente, hay quien apuesta por nuevos fármacos, potencialmente peligrosos porque están sin testar, pero que pueden abrir las puertas de la recuperación. Algo de eso hay en el último y desesperado intento por tratar de reactivar los mercados.