jueves, 19 de febrero de 2009

Historia de un huevo

Historia de un huevo

El 97% de los huevos que se producen en España procede de granjas de gallinas ponedoras que viven alojadas en jaulas. Según una directiva europea, el 1 de enero de 2012 estas jaulas deberán haber sido sustituidas por otras acondicionadas con más espacio para las aves y nidos, entre otras cosas, pensando en su bienestar. Hemos visitado una de esas instalaciones para seguir todo el proceso de cómo se fabrica un huevo: desde la crianza de las gallinas hasta la tienda en la que los compramos, pasando por el centro de clasificación.

Por I. Muñoz; Fotografía de Ricardo Cases


Hace unos años se resolvió, aparentemente, una de las adivinanzas que más han entretenido a la Humanidad. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Un científico, un filósofo y un avicultor británicos, según publicó The Times, creyeron hallar la respuesta: el huevo. Pero en la historia que vamos a contar, sobre cómo se fabrica un huevo, no fueron ninguno de los dos. Todo empezó con la pollita de un día.

«Compramos un lote de unas 70.000, y las traemos a esta granja de recría, en Tordesillas [Valladolid]. Aquí permanecen, en jaulas, desde que tienen unas horas de vida hasta la semana 18, más o menos. Mientras, se las vacuna, se las cuida y se las alimenta hasta llevarla a un desarrollo corporal óptimo para su posterior vida como gallinas ponedoras». Con ellas comienza la producción intensiva de huevos, explica Pedro Fuentes, director de Producción de Hibramer. Esta empresa castellanoleonesa –fundada en 1987 y que en 1996 compró Nueva Rumasa– produce entre 25 y 30 millones de docenas al año.

Pero, ¿de dónde proceden los huevos hechos en España, 928 millones de docenas en 2007? Principalmente, de gallinas alojadas en jaulas (sólo el 3% tiene su origen en gallinas en suelo, camperas y ecológicas), según datos del sector.

El 1 de enero de 2012 estas jaulas convencionales deberán haber sido sustituidas por otras acondicionadas con mayor espacio y un nido, entre otras cosas. Así lo establece la directiva europea aprobada en 1999, que fija unas condiciones mínimas de protección de las aves ponedoras, para fomentar su bienestar.

RECRÍA. Durante su paso por la granja de cría se les corta el pico. «Se las despica porque son muy agresivas entre ellas y tienen un orden jerárquico muy marcado. También sirve para que sean menos selectivas a la hora de comer , ya que el pienso lleva los nutrientes que necesita para esta etapa concreta de su vida», señala Fuentes.

Éste quizá sea uno de los momentos más duros en la vida de una gallina aspirante a ponedora. Así lo explica Raúl Rodríguez, ingeniero técnico agrícola y responsable desde hace unos nueve años de los animales de Hibramer. «Cuando les cortas el pico, pasan por una situación de estrés. No comen, pierden peso, se vienen abajo. Extremas los cuidados, les das un pienso especial para que se repongan de estrés que les has causado».

Tras pasar la pubertad en la granja de recría, las gallinas –con unas 18 de semanas de vida– son trasladadas a la granja de ponedoras, en Aldeamayor de San Martín (Valladolid). En esta instalación viven unas 1.200.000 gallinas, alojadas en 12 gallineros. En cada gallinero hay una media de 100.000 aves, dispuestas en jaulas de hasta seis pisos de altura. Todo está automatizado e informatizado: la alimentación, que varía según las necesidades del ave, la iluminación, la recogida del huevo y la evacuación de las deyecciones.

Cuando llegan aquí no ponen huevos, «así que vamos incrementándoles el tiempo de iluminación para provocar una primavera constante. Ese aumento activa el torrente hormonal que desencadena la puesta», señala Fuentes.

Sobre la semana 19 ó 20 empiezan a poner. Son huevos pequeños pero, a medida que van cumpliendo semanas de vida, aumentan de tamaño. El pico de puesta está entre la semana 25 y la 30. «Luego decrece hasta llegar a la fecha de llevarla al matadero: entre las semanas 75 y 78», sigue.

RECOGIDA Y CLASIFICACIÓN. Las gallinas viven sobre un suelo enrejillado, con cierta inclinación para que, una vez puesto el huevo, ruede sobre una cinta. Ésta lo trasladará, sin que una mano humana lo toque, a otras cintas que lo conducen hasta el centro de clasificación.

Almacén y granja permanecen completamente separados y aislados. Están conectados por un pasillo por el que sólo pasan las cintas con los huevos. Aquí, la recogida empieza a las seis de la mañana y termina sobre las cinco de la tarde. El balance diario: unos 800.000 huevos. «Todos los días hacemos pruebas y semanalmente los lotes pasan por un exhaustivo control de calidad», continúa Fuentes.

Una vez en el centro de clasificación, una visión artificial capta los huevos que están sucios o rotos. Luego, la máquina detecta, con un sistema de ultrasonido, los que están fisurados. En ambos casos son apartados. Los aptos pasan a la máquina clasificadora que los selecciona en función de su peso y aspecto.

Es en el proceso de etiquetado o marcado cuando se imprime sobre el huevo toda la información que le identificará: el lote del gallinas del que procede, tipo de explotación, la fábrica... y la fecha de consumo preferente. Se empaqueta en sus respectivos envases (Hibramer produce sus propias marcas, Dhul, Matines y Colma, y huevos para las principales marcas blancas), y ya están listos para llegar al consumidor.

domingo, 8 de febrero de 2009

Las cadenas comerciales endurecen las condiciones de las ventas a plazo

Las tiendas acortan la duración de los créditos, exigen más garantías y aumentan los intereses -
Los tipos de interés están en mínimos históricos. El tipo oficial del dinero al 2% y el Euríbor, con el que se calculan las hipotecas, al 2,2%. El dinero más barato que nunca... pero no para comprar una lavadora. Los bancos han cortado el grifo no sólo a las empresas, sino también de los créditos al consumo a familias y particulares. Y eso ha forzado a las grandes cadenas de distribución a convertirse en las principales financieras de sus clientes para las compras a plazos de electrodomésticos, aparatos de informática, equipos para el hogar, muebles y otros bienes de consumo duradero de coste medio. Con unos tipos de interés considerables, por encima del 12% en el mejor de los casos, hasta rozar en ocasiones el 30%.

Las compras sin cargo se limitan a un año y con el tope de 3.000 euros
Como la morosidad no perdona, las tiendas y grandes superficies han endurecido las condiciones para acceder a la financiación, han reducido los plazos en que se puede diferir el pago y han elevado los intereses a niveles desconocidos en sus ventas a plazos, que pueden superar el 25% anual.
Para empezar, comprar a plazos sólo es posible ya si se acredita tener trabajo. La práctica totalidad de las cadenas ha instaurado la orden de solicitar la última nómina para poder diferir el pago de un artículo, según pudo comprobar este diario en un recorrido por las principales cadenas.
El calvario del consumidor no acaba ahí. El préstamo recibe luz verde o no en función de los ingresos que se acreditan. En caso positivo, los intereses de aplazamiento varían desde el interés cero (en el caso de las promociones) al 26,7% TAE (tasa anual equivalente, que incluye las comisiones) que aplican cadenas como Boulanger. Las condiciones han empeorado en todos los casos. Las promociones de venta de artículos a interés cero se han reducido en el plazo. Hace dos años se podían encontrar aplazamientos sin coste de hasta 24 meses. Ahora la media es de 10 meses. Sin campañas especiales de por medio, el interés no baja del 12%.
Y no sólo se han elevado los tipos, sino que se ha reducido la cantidad máxima de crédito que se concede. Prácticamente ninguna cadena otorga financiación instantánea por más de 3.000 euros. Las entidades de crédito rápido tampoco parecen una solución muy asequible para el consumidor en apuros. Cetelem, por ejemplo, aplica una TAE del 30,5%, y Cofidis un 24,5%.

lunes, 2 de febrero de 2009

El colapso bancario evoca el terremoto del ‘crash’ de 1929

La crisis alcanza el tamaño de episodios recientes en Asia y los países nórdicos
A. BOLAÑOS 01/02/2009


Más de 9.000 bancos cerrados en un puñado de años. El PIB retrocedió un 30%. La tasa de paro pasó del 4% al 25%. La Bolsa perdió un tercio de su valor y tardó una década en recuperarse. El crash de 1929 y la Gran Depresión que le sucedió fue el terrible corolario de los felices veinte, una de las décadas más expansivas de la economía internacional. Y es también el mejor ejemplo del abrupto final que aguarda a las etapas de euforia económica desatada. “Alguien metió la pata. La orgía más cara de la historia se acabó”, como sintetiza un ensayo del escritor estadounidense Francis Scott Fitzgerald.

Ante la magnitud de la depresión que ocasionó el crash del 29, cualquier comparación con la crisis financiera actual parece, como poco, aventurada, pese a que, por ejemplo, las pérdidas en Bolsa durante 2008 han sido superiores a las de aquel año. “Yo creo que ya crisis de 1929 empieza a ser ya la referencia para el sistema financiero internacional”, defiende Gabriel Tortella, catedrático emérito de Historia Económica. “El batacazo es espectacular porque viene precedido de una burbuja enorme también. La situación de desconfianza entre los bancos es el mejor indicador, eso no se arregla de la noche a la mañana”, añade.
Hasta ahora, el cierre de entidades financieras, con ser importante, dista mucho de representar lo que significó el colapso de 1929 en EE UU. Los recientes trabajos de los académicos estadounidenses Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff ayudan a dar la medida de la crisis.
Reinhart y Rogoff han actualizado investigaciones previas de otros colegas, como Michael D. Bordo, y han proyectado datos a partir de diversas fuentes estadísticas que les permite remontarse al pánico financiero ocasionado en Dinamarca por las guerras napoleónicas en 1800 o a la primera crisis bancaria en India, en 1863. Y su estudio más reciente, publicado en diciembre, sitúa ya las turbulencias financieras que arrancaron en 2007 en la estela del crash del 29.
Los investigadores estadounidenses han comprobado cuántos países sufren crisis bancaria y los han ponderado por su peso económico. El resultado es sorprendente y da fe, como poco, de la extensión del desastre y de su virulencia en las economías más avanzadas, con Estados Unidos y Reino Unido a la cabeza: en poco más de un año, el tamaño de la crisis es ya cercano a los episodios más críticos de los noventa, como los que sufrieron los países escandinavos o las economías del sureste asiático.
Del último trabajo de Reinhart y Rogoff se extraen otras conclusiones, como que las crisis bancarias devienen, sin remisión, en una explosión de gasto público. Los investigadores calculan que, de media, “la deuda pública aumenta un 68% en los tres años posteriores a una crisis bancaria”. Una estimación que, en el caso español, se ajusta como un guante a las previsiones del Gobierno. “Invariablemente se produce una caída de la recaudación fiscal, así como un incremento significativo del gasto público”, añaden Reinhart y Rogoff.
“Se ha demostrado que las crisis financieras llevan aparejados retrocesos en el PIB durante dos años, en el caso de la Gran Depresión fueron varios más”, señala Pablo Martín Aceña, también catedrático de Historia Económica, que recalca que el trabajo de los investigadores estadounidenses sitúa a la crisis española de 1975 —50 de los 110 bancos existentes fueron intervenidos y las fusiones entre cajas de ahorros se aceleraron— como una de las “cinco grandes” del siglo XX.
Muchas de las lecciones del crash del 29 se aplican ahora. “A estas alturas todos tenemos muy digerido a Keynes”, comenta Tortella, al referirse a la inyección de dinero público para reactivar la economía cuando los mercados financieros dejan de cumplir su función auspiciada por el economista británico. Lo que ocurrió en los años treinta también explica atrevidas decisiones de la Reserva Federal de EE UU, como dejar los tipos de interés cerca del 0% o darle a la máquina de imprimir dinero (o, en este caso, al ordenador) para insuflar liquidez al sistema. No en vano, su presidente, Ben Bernanke, era conocido por sus investigaciones sobre la Gran Depresión.
El retardo del Banco Central Europeo en actuar tiene también hondas raíces históricas. Alemania, el país que marca las directrices en la autoridad monetaria del euro, también tuvo que encajar el duro golpe de la depresión económica de los años treinta. Pero la hiperinflación de 1922 y 1923 —muy superior a la que hoy sufre Zimbabue, por ejemplo—, fue un trauma mayor y eso se refleja en la política del BCE.
El crash del 29 dejó más pistas: La precipitación de EE UU al subir los tipos de interés cuando la recuperación sólo apuntaba maneras, llevó a una contracción aún mayor. La respuesta proteccionista a la crisis hundió el comercio internacional. Y los nuevos instrumentos de regulación financiera llegaron tarde (los acuerdos de Bretton Woods se firmaron en 1944). Asignaturas pendientes que el G-20 se propuso abordar en la cumbre mundial de Washington, con escaso éxito hasta ahora.