lunes, 2 de febrero de 2009

El colapso bancario evoca el terremoto del ‘crash’ de 1929

La crisis alcanza el tamaño de episodios recientes en Asia y los países nórdicos
A. BOLAÑOS 01/02/2009


Más de 9.000 bancos cerrados en un puñado de años. El PIB retrocedió un 30%. La tasa de paro pasó del 4% al 25%. La Bolsa perdió un tercio de su valor y tardó una década en recuperarse. El crash de 1929 y la Gran Depresión que le sucedió fue el terrible corolario de los felices veinte, una de las décadas más expansivas de la economía internacional. Y es también el mejor ejemplo del abrupto final que aguarda a las etapas de euforia económica desatada. “Alguien metió la pata. La orgía más cara de la historia se acabó”, como sintetiza un ensayo del escritor estadounidense Francis Scott Fitzgerald.

Ante la magnitud de la depresión que ocasionó el crash del 29, cualquier comparación con la crisis financiera actual parece, como poco, aventurada, pese a que, por ejemplo, las pérdidas en Bolsa durante 2008 han sido superiores a las de aquel año. “Yo creo que ya crisis de 1929 empieza a ser ya la referencia para el sistema financiero internacional”, defiende Gabriel Tortella, catedrático emérito de Historia Económica. “El batacazo es espectacular porque viene precedido de una burbuja enorme también. La situación de desconfianza entre los bancos es el mejor indicador, eso no se arregla de la noche a la mañana”, añade.
Hasta ahora, el cierre de entidades financieras, con ser importante, dista mucho de representar lo que significó el colapso de 1929 en EE UU. Los recientes trabajos de los académicos estadounidenses Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff ayudan a dar la medida de la crisis.
Reinhart y Rogoff han actualizado investigaciones previas de otros colegas, como Michael D. Bordo, y han proyectado datos a partir de diversas fuentes estadísticas que les permite remontarse al pánico financiero ocasionado en Dinamarca por las guerras napoleónicas en 1800 o a la primera crisis bancaria en India, en 1863. Y su estudio más reciente, publicado en diciembre, sitúa ya las turbulencias financieras que arrancaron en 2007 en la estela del crash del 29.
Los investigadores estadounidenses han comprobado cuántos países sufren crisis bancaria y los han ponderado por su peso económico. El resultado es sorprendente y da fe, como poco, de la extensión del desastre y de su virulencia en las economías más avanzadas, con Estados Unidos y Reino Unido a la cabeza: en poco más de un año, el tamaño de la crisis es ya cercano a los episodios más críticos de los noventa, como los que sufrieron los países escandinavos o las economías del sureste asiático.
Del último trabajo de Reinhart y Rogoff se extraen otras conclusiones, como que las crisis bancarias devienen, sin remisión, en una explosión de gasto público. Los investigadores calculan que, de media, “la deuda pública aumenta un 68% en los tres años posteriores a una crisis bancaria”. Una estimación que, en el caso español, se ajusta como un guante a las previsiones del Gobierno. “Invariablemente se produce una caída de la recaudación fiscal, así como un incremento significativo del gasto público”, añaden Reinhart y Rogoff.
“Se ha demostrado que las crisis financieras llevan aparejados retrocesos en el PIB durante dos años, en el caso de la Gran Depresión fueron varios más”, señala Pablo Martín Aceña, también catedrático de Historia Económica, que recalca que el trabajo de los investigadores estadounidenses sitúa a la crisis española de 1975 —50 de los 110 bancos existentes fueron intervenidos y las fusiones entre cajas de ahorros se aceleraron— como una de las “cinco grandes” del siglo XX.
Muchas de las lecciones del crash del 29 se aplican ahora. “A estas alturas todos tenemos muy digerido a Keynes”, comenta Tortella, al referirse a la inyección de dinero público para reactivar la economía cuando los mercados financieros dejan de cumplir su función auspiciada por el economista británico. Lo que ocurrió en los años treinta también explica atrevidas decisiones de la Reserva Federal de EE UU, como dejar los tipos de interés cerca del 0% o darle a la máquina de imprimir dinero (o, en este caso, al ordenador) para insuflar liquidez al sistema. No en vano, su presidente, Ben Bernanke, era conocido por sus investigaciones sobre la Gran Depresión.
El retardo del Banco Central Europeo en actuar tiene también hondas raíces históricas. Alemania, el país que marca las directrices en la autoridad monetaria del euro, también tuvo que encajar el duro golpe de la depresión económica de los años treinta. Pero la hiperinflación de 1922 y 1923 —muy superior a la que hoy sufre Zimbabue, por ejemplo—, fue un trauma mayor y eso se refleja en la política del BCE.
El crash del 29 dejó más pistas: La precipitación de EE UU al subir los tipos de interés cuando la recuperación sólo apuntaba maneras, llevó a una contracción aún mayor. La respuesta proteccionista a la crisis hundió el comercio internacional. Y los nuevos instrumentos de regulación financiera llegaron tarde (los acuerdos de Bretton Woods se firmaron en 1944). Asignaturas pendientes que el G-20 se propuso abordar en la cumbre mundial de Washington, con escaso éxito hasta ahora.

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